“El amor en el hogar ha de saber valorar a cada miembro de la familia por lo que es y por lo que hace, más que por lo que tiene. Y es así como de la experiencia de este amor eminentemente personal y comunitario, nace a su vez la conciencia de la dignidad propia de cada persona. Esta misma experiencia, que va adquiriendo densidad en la familia, a medida que se va reforzando el amor mutuo y generoso, viene a ser también punto de partida para reconocer y respetar la dignidad de los demás y, por lo mismo, para ejercitarse en las demás actitudes y virtudes que capacitan al hombre para construir una sociedad solidaria y fraterna. He ahí que la familia se convierte en la « escuela de humanidad más completa y más rica », (Familiaris consortio, 21) a la vez que «constituye el fundamento de la sociedad» (Gaudium et spes, 52)”
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