“¡qué pesado resulta el fardo cuando se lleva sin Cristo! Tal es el fardo del egoísmo, del odio, de la violencia, de la dureza de corazón, que no pocas veces se suman para hacer ingrata y hasta imposible la convivencia humana. Estamos ante el reverso de la ley del amor cuando no se ve en el prójimo a un hijo de Dios y hermano en Cristo, sino que se le considera solamente como un instrumento, únicamente útil para satisfacer las propias apetencias. Este individualismo egoísta, que es un desorden fruto del pecado, impide la creación de lazos de humanidad y fraternidad que hagan sentirse al hombre miembro de una comunidad, parte solidaria de un pueblo unido.”
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