“El auténtico cristiano es constitucionalmente un "Evangelio vivo". No es, pues, el perezoso discípulo de una doctrina lejana en el tiempo y extraña a la realidad que vive; no es el mediocre repetidor de fórmulas carentes de garra sino el convencido y tenaz defensor de la contemporaneidad de Cristo y de la incesante novedad del Evangelio, siempre dispuesto, ante cualquiera y en todo momento, a dar razón de la esperanza que alimenta en el corazón (cf. 1Pe 3, 15).”
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