La unidad de toda la humanidad herida es voluntad
de Dios. Por esto Dios envió a su Hijo para que, muriendo y resucitando por
nosotros, nos diese su Espíritu de amor. La víspera del sacrificio de la Cruz,
Jesús mismo ruega al Padre por sus discípulos y por todos los que creerán en El
para que sean una sola cosa, una comunión viviente. De aquí se deriva no sólo
el deber, sino también la responsabilidad que incumbe ante Dios, ante su
designio, sobre aquéllos y aquéllas que, por medio del Bautismo llegan a ser el
Cuerpo de Cristo, Cuerpo en el cual debe realizarse en plenitud la
reconciliación y la comunión