El
ministerio de la catequesis saca siempre nuevas energías de los Concilios. A
este respecto el Concilio de Trento constituye un ejemplo que se ha de
subrayar: en sus constituciones y decretos dio prioridad a la catequesis; dio
lugar al «catecismo romano» que lleva además su nombre y constituye una obra de
primer orden, resumen de la doctrina cristiana y de la teología tradicional
para uso de los sacerdotes; promovió en la Iglesia una organización notable de
la catequesis; despertó en los clérigos la conciencia de sus deberes con
relación a la enseñanza catequética; y, merced al trabajo de santos teólogos
como san Carlos Borromeo, san Roberto Belarmino o san Pedro Canisio, dio origen
a catecismos, verdaderos modelos para aquel tiempo. ¡Ojalá suscite el Concilio
Vaticano II un impulso y una obra semejante en nuestros días!
Las
misiones constituyen también un terreno privilegiado para la práctica de la
catequesis. Así, desde hace casi dos mil años, el Pueblo de Dios no ha cesado
de educarse en la fe, según formas adaptadas a las distintas situaciones de los
creyentes y a las múltiples coyunturas eclesiales.
La
catequesis está íntimamente unida a toda la vida de la Iglesia. No sólo la
extensión geográfica y el incremento numérico sino también, y más todavía, el
crecimiento interior de la Iglesia, su correspondencia con el designio de Dios,
dependen esencialmente de ella.
(PapaJuan Pablo II Exhortación apostólica Catechesi Tradendae)
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