"Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la
tierra; id, pues; enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre
del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo cuanto
yo os he mandado" (Mt 28, 18-20). En estas palabras no hay sólo
—como es evidente— la reivindicación explícita de una autoridad soberana, sino
que se indica además, en el acto mismo en que es participada por los Apóstoles,
una ramificación suya en distintas, aun cuando coordinadas, funciones
espirituales. Efectivamente, si Cristo resucitado dice a los suyos que vayan y
recuerda lo que ya ha mandado, si les da la misión tanto de enseñar como de
bautizar, esto se explica porque El mismo, precisamente en virtud de la
potestad suma que le pertenece, posee en plenitud estos derechos y está
habilitado para ejercitar estas funciones, como Rey, Maestro y Sacerdote.”
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