“La doctrina social de la Iglesia considera que la capacidad
de iniciativa y empresarial es parte esencial del «trabajo humano, disciplinado
y creativo» (Centesimus
annus, 32), reconociendo al empresario el papel de protagonista del
desarrollo. El dinamismo, el espíritu de iniciativa y la creatividad,
indispensables para un empresario, hacen de él una figura clave del bienestar
social.
Por tanto, debe tutelarse y valorarse el derecho a la empresa
privada y a la libre iniciativa económica, puesto que es «importante no sólo
para el individuo en particular, sino también para el bien común » (Sollicitudo rei socialis,
15). A este derecho corresponde la responsabilidad del empresario, llamado a
hacer de la empresa una comunidad de hombres que trabajan con los demás y para
los demás (cf. Centesimus
annus, 30), y que se ayudan recíprocamente a madurar como seres
humanos, sin marginar a nadie. “
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