“Mis padres queridísimos me dieron el nombre de Karol (Carlos), que era también el nombre de mi padre. Ciertamente, jamás pudieron prever ellos (los dos murieron jóvenes) que este nombre iba a abrir a su niño el camino entre los grandes acontecimientos de la Iglesia de hoy.
¡San Carlos! ¡Mi Patrono! Cuántas veces me he arrodillado ante sus reliquias en la catedral de Milán. Cuántas veces he meditado en su vida, contemplando en mi mente la figura gigantesca de este hombre de Dios y siervo de la Iglesia, Carlos Borromeo, cardenal, obispo de Milán y hombre del Concilio. Es él uno de los grandes protagonistas de la reforma profunda de la Iglesia del siglo XVI, realizada por el Concilio de Trento, que quedará siempre vinculada a su nombre; también es él uno de los artífices de la institución de los seminarios eclesiásticos, confirmada en toda su esencia por el Concilio Vaticano II. El fue asimismo siervo de las almas, que no se dejaba nunca amedrentar; siervo de los que sufrían, de los enfermos, de los condenados a muerte.”
¡San Carlos! ¡Mi Patrono! Cuántas veces me he arrodillado ante sus reliquias en la catedral de Milán. Cuántas veces he meditado en su vida, contemplando en mi mente la figura gigantesca de este hombre de Dios y siervo de la Iglesia, Carlos Borromeo, cardenal, obispo de Milán y hombre del Concilio. Es él uno de los grandes protagonistas de la reforma profunda de la Iglesia del siglo XVI, realizada por el Concilio de Trento, que quedará siempre vinculada a su nombre; también es él uno de los artífices de la institución de los seminarios eclesiásticos, confirmada en toda su esencia por el Concilio Vaticano II. El fue asimismo siervo de las almas, que no se dejaba nunca amedrentar; siervo de los que sufrían, de los enfermos, de los condenados a muerte.”
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