La oración es un medio privilegiado para la participación en
la búsqueda de la unidad de todos los cristianos. Jesucristo mismo nos ha
dejado su último deseo de unidad a través de una oración al Padre: “Para que
todos sean uno, como tú, Padre, estás en mi y yo en ti, para que también ellos
sean en nosotros y el mundo crea que tú me has enviado” (Jn 17, 21).
La oración, ante todo, nos sitúa ante el Señor, nos purifica
en las intenciones, en los sentimientos, en nuestro corazón, y produce aquella
“conversión interior”, sin la cual no hay verdadero ecumenismo (cf. Unitatis redintegratio, 7).
(de la Audiencia General de Juan Pablo II del 17 de enero de1979)
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