Profundizad
en el conocimiento de Jesús, escuchando la palabra de los ministros del Señor y
leyendo alguna página del Evangelio. Tratad de descubrir dónde está El, y en
todos podréis encontrar algo particular que os lo indique, que os diga dónde
habita; preguntádselo a las almas bondadosas, a las penitentes, a las
generosas, a las humildes y escondidas; preguntádselo a vuestros hermanos, de
cerca y de lejos, porque en cada uno encontraréis algo que os señale a Jesús.
Preguntádselo sobre todo a vuestra alma y a vuestra conciencia, porque ellas os
podrán indicar de modo inconfundible la huella de su camino, la impronta de su
paso, el vestigio de su poder y de su amor. Pero preguntádselo humildemente, es
decir, que vuestra alma esté dispuesta a ver, fuera de sí, lo que Dios ha
sembrado de su bondad en las criaturas. Buscarlo cada día quiere decir poseerlo
cada día un poco más, y a la vez ser admitidos un poco a la intimidad con El; y
entonces podréis entender mejor el sonido de su voz, el significado de su
lenguaje, el porqué de su venida a la tierra y de su inmolación en la cruz.
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