¡Tomás, el incrédulo! Precisamente por él Cristo se apareció
ocho días más tarde en el cenáculo, entrando a pesar de que estaban las puertas
cerradas. Dijo a los que estaban allí: «Paz a vosotros », y luego, dirigiéndose
a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi
costado; y no seas incrédulo, sino creyente» (Jn 20, 27). Tomás pronunció
entonces las palabras que expresan toda la fe de la Iglesia apostólica: «¡Señor
mío y Dios mío!» (Jn 20, 28). Y Cristo afirmó: «¿Porque me has visto has
creído? Dichosos los que crean sin haber visto» (Jn 20, 29).