Y ahora, la pregunta sobre cómo ser hoy testigos de Cristo.
Es la cuestión fundamental, la continuación de la meditación central de
nuestro diálogo, la conversación con el joven. Cristo le dice
"sígueme". Es lo que le dijo a Simón, hijo de Juan, a quien dio el
nombre de Pedro; a su hermano Andrés, a los hijos del Zebedeo, a Natanael. Dijo
"sígueme", para repetir luego, después de la resurrección: "Seréis
mis testigos" (Act 1, 8). Para ser testigos de Cristo, para
dar testimonio de El, ante todo hay que seguirle. Hay que aprender a conocerle,
hay que ponerse, por decirlo así, en su escuela, penetrar todo su misterio. Es
una tarea fundamental y central. Si no lo hacemos así, si no estamos dispuestos
a hacerlo constante y honradamente, nuestro testimonio corre el riesgo de ser
superficial y exterior. Corre el riesgo de no ser un testimonio. Si, por el
contrario, seguimos atentos a esto, el mismo Cristo nos enseñará, mediante su
Espíritu, lo que tenemos que hacer, cómo debemos comportarnos, en qué y cómo
debemos comprometernos, cómo llevar adelante el diálogo con el mundo
contemporáneo, ese diálogo que Pablo VI denominó diálogo de salvación.
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