Por el
santo Bautismo somos hechos hijos de
Dios en su Unigénito Hijo, Cristo Jesús. Al salir de las aguas de la
sagrada fuente, cada cristiano vuelve a escuchar la voz que un día fue oída a
orillas del río Jordán: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco» (Lc 3, 22); y entiende que ha sido
asociado al Hijo predilecto, llegando a ser hijo adoptivo (cf. Ga 4, 4-7) y hermano de Cristo. Se
cumple así en la historia de cada uno el eterno designio del Padre: «a los que
de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo,
para que Él fuera el primogénito entre muchos hermanos» (cf. Rm 8; 29).
El Espíritu
Santo es quien constituye a los bautizados en hijos de Dios y, al
mismo tiempo, en miembros del Cuerpo de Cristo. Lo recuerda Pablo a los
cristianos de Corinto: «En un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para
no formar más que un cuerpo» (1 Co 12,
13); de modo tal que el apóstol puede decir a los fieles laicos: «Ahora bien,
vosotros sois el Cuerpo de Cristo y sus miembros, cada uno por su parte» (1 Co 12, 27); «La prueba de que sois
hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo» (Ga 4, 6;
cf. Rm 8, 15-16).
(Papa JuanPablo II Exhortación apostólica Christifidelis Laici)
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