Esta
petición, hecha al apóstol Felipe por algunos griegos que habían acudido a
Jerusalén para la peregrinación pascual, ha resonado también espiritualmente en
nuestros oídos en este Año jubilar. Como aquellos peregrinos de hace dos mil
años, los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre conscientemente, piden a
los creyentes de hoy no sólo « hablar » de Cristo, sino en cierto modo
hacérselo « ver ». ¿Y no es quizá cometido de la Iglesia reflejar la luz de
Cristo en cada época de la historia y hacer resplandecer también su rostro ante
las generaciones del nuevo milenio?
Nuestro testimonio sería, además,
enormemente deficiente si nosotros no fuésemos los primeros contempladores de su rostro. El Gran Jubileo
nos ha ayudado a serlo más profundamente. Al final del Jubileo, a la vez que
reemprendemos el ritmo ordinario, llevando en el ánimo las ricas experiencias
vividas durante este período singular, la mirada se queda más que nunca fija en el rostro del Señor.
(de laCarta Apostólica Novo Millennio Ineunte del Papa Juan Pablo II – 6 de enero2001)
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