María
es modelo de evangelización, más aún, es el modelo
absoluto de toda evangelización en virtud del privilegio, realmente
único, de Madre de Dios, que concibió, llevó en su seno y dio al mundo al
divino Redentor.
A
este modelo inigualable deben mirar todos los que en la Iglesia trabajan en el
vasto campo apostólico, en la viña de Dios. La Iglesia, en su conjunto, participa de la
misma maternidad de María llevando a Cristo al mundo. Me estoy refiriendo, en
especial, a la acción evangelizadora de la Iglesia y a su magisterio. Quien sepa reconocer el
sentido materno que late en ese magisterio de verdad, no encuentra serias
dificultades para acogerlo, aunque sea exigente y no fácil de traducir en la
vida de cada día. Antes bien, sabe descubrir en él, en toda circunstancia, el amor de una Madre sabia y amorosa, que
no busca más que la salvación integral del hombre. La Virgen santa, como
recuerda la tradición cristiana, es el signo y la imagen de esta maternidad
espiritual de la Iglesia.
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