“Según el Evangelio de
Juan, el Hijo-Verbo estaba en el principio en Dios, y el Verbo era Dios (cf. Jn
1, 1-2). El mismo concepto encontramos en la enseñanza apostólica.
Efectivamente, leemos en la Carta a los Hebreos que Dios ha constituido al Hijo
"heredero de todo, por quien también hizo los siglos. Este Hijo... es
irradiación de su gloria y la impronta de su sustancia y el que con su poderosa
palabra sustenta todas las cosas" (Heb 1, 2-3). Y Pablo, en la
Carta a los Colosenses, escribe: "Él es la imagen de Dios invisible,
primogénito de toda criatura" (Col 1, 15).
Así, pues, según la enseñanza apostólica, el Hijo es de la
misma naturaleza que el Padre porque es el Dios-Verbo. En este Verbo y por
medio de Él todo ha sido hecho, ha sido creado el universo. Antes de la
creación, antes del comienzo de "todas las cosas visibles e
invisibles", el Verbo tiene en común con el Padre el Ser eterno y la Vida
divina, siendo "la irradiación de su gloria y la impronta de su
sustancia" (Heb 1, 3). En este Principio sin principio el Verbo
es el Hijo, porque es eternamente engendrado por el Padre. El Nuevo
Testamento nos revela este misterio para nosotros incomprensible de un Dios que
es Uno y Trino: he aquí que en la ónticamente absoluta unidad de su esencia,
Dios es eternamente y sin principio el Padre que engendra al Verbo, y es
el Hijo, engendrado como Verbo del Padre.”
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