“Es preciso recordar
que la tierra es un don de Dios, un don que el Omnipotente hace a todos los
hombres y que debe producir beneficios en provecho de todos. El moderno
desarrollo de la industrialización ha incrementado la crisis rural,
favoreciendo el creciente éxodo de los campos y creando problemas de
proletarización intensiva. Se impone, pues, la necesidad de estudiar el
coordinamiento entre industria y agricultura, para superar su desequilibrio y
oposición (cf. Mater et Magistra, 36). Las desigualdades, que se
encuentran acá y allá en el mundo de los trabajadores rurales, no dependen sólo
del grado de desarrollo de la tecnología, sino también "de las leyes de la
política agrícola, del nivel de toda la ética social" (Ángelus del
15 de julio de 1979). Sobre todo en los países del Tercer Mundo, "donde la
mayoría de la población vive de la tierra" (ib.), son urgentes
cambios radicales que garanticen, mediante una justa legislación, los derechos
primarios de los trabajadores del campo.”
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