“El hombre del campo se
identifica con su trabajo y con la tierra, de la que hace brotar el sustento
para muchos, también de las grandes ciudades. Allí echa raíces profundas, que
marcan indeleblemente su ser. Arrancarlo de su terruño, empujándolo hacia un
éxodo incierto, en dirección de las grandes metrópolis, o no asegurar sus
derechos a la legítima posesión de la tierra, es violar sus derechos de hombre
y de hijo de Dios. Es introducir un peligroso desequilibrio en la sociedad. Por
lo demás, el integral desarrollo acertado y humano sabrá siempre garantizar, en
igualdad de condiciones, tanto el crecimiento técnico e industrial de una
nación, como una atención prioritaria a las cuestiones agrícolas, tan indispensables
en nuestros días dentro del marco de una sociedad independiente, armoniosa y
justa.”
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