“Los mandamientos de Dios nos enseñan el camino de la vida.
Los preceptos morales negativos, es decir, los que declaran moralmente
inaceptable la elección de una determinada acción, tienen un valor absoluto
para la libertad humana: obligan siempre y en toda circunstancia, sin
excepción. Indican que la elección de determinados comportamientos es
radicalmente incompatible con el amor a Dios y la dignidad de la persona,
creada a su imagen. Por eso, esta elección no puede justificarse por la bondad
de ninguna intención o consecuencia, está en contraste insalvable con la
comunión entre las personas, contradice la decisión fundamental de orientar la
propia vida a Dios. 99
Ya en este sentido los preceptos morales negativos tienen una
importantísima función positiva: el « no » que exigen incondicionalmente marca
el límite infranqueable más allá del cual el hombre libre no puede pasar y, al
mismo tiempo, indica el mínimo que debe respetar y del que debe partir para
pronunciar innumerables « sí », capaces de abarcar progresivamente el
horizonte completo del bien (cf. Mt 5, 48). Los mandamientos, en particular
los preceptos morales negativos, son el inicio y la primera etapa necesaria del
camino hacia la libertad: « La primera libertad —escribe san Agustín— es no
tener delitos... como homicidio, adulterio, alguna inmundicia de fornicación,
hurto, fraude, sacrilegio y otros parecidos. Cuando el hombre empieza a no
tener tales delitos (el cristiano no debe tenerlos), comienza a levantar la
cabeza hacia la libertad; pero ésta es una libertad incoada, no es perfecta ».
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