“El mundo deprimido del campo, el trabajador que con su sudor riega también su desconsuelo, no puede esperar más a que se reconozca plena y eficazmente su dignidad no inferior a la de cualquier otro sector social. Tiene derecho a que se le respete, a que no se le prive –con maniobras que a veces equivalen a verdaderos despojos– de lo poco que tiene; a que no se impida su aspiración a ser parte en su propia elevación. Tiene derecho a que se le quiten las barreras de explotación, hechas frecuentemente de egoísmos intolerables y contra los que se estrellan sus mejores esfuerzos de promoción. Tiene derecho a la ayuda eficaz –que no es limosna ni migajas de justicia - para que tenga acceso al desarrollo que su dignidad de hombre y de hijo de Dios merece.”
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