“Los hospitales católicos deben ser centros de vida y de esperanza, dónde se promuevan, junto con el servicio de los capellanes, los comités éticos, la formación del personal sanitario laico, la humanización de los cuidados a los enfermos, la atención a sus familias y una particular sensibilidad hacia los pobres y los marginados. El trabajo profesional ha de concretizarse en un auténtico testimonio de caridad, teniendo presente que la vida es un don de Dios, del cual el hombre es solamente administrador y garante.”
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