Ser
jóvenes significa vivir en sí una incesante novedad de espíritu, fomentar la
búsqueda continua del bien, dar suelta al impulso de transformarse siempre
haciéndose mejor, poner en práctica una voluntad perseverante de entrega.
¿Quién nos permitirá todo esto? ¿Es que el hombre posee en sí mismo vigor para
afrontar con las propias fuerzas las insidias del mal, del egoísmo y —digámoslo
también con claridad— las insidias disgregadoras del "príncipe de este
mundo" en actividad siempre para dar al hombre sentido falso de sus
autonomías, en primer lugar, y a través del fracaso. llevarlo luego al abismo
de la desesperación?
A
Cristo, el eternamente joven; a Cristo vencedor de toda manifestación de
muerte: a Cristo resucitado para siempre; a Cristo que en el Espíritu comunica
la vida del Padre, continua y desbordante; a Cristo debemos recurrir todos,
jóvenes y adultos, para fundamentar y asegurar la esperanza del mañana que
vosotros construiréis, pero que se encuentra ya potencialmente presente en el
hoy.
Cristo
Jesús debe vencer; cada vez que su gracia derrota en nosotros a las fuerzas del
mal, El renueva nuestra juventud, ensancha los horizontes de nuestra esperanza,
fortifica las energías de nuestra confianza.
(deldiscurso de Juan Pablo II a los jóvenes en la Basilica de San Pedro 15 denoviembre de 1978)
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