El Rosario, en efecto, aunque se distingue
por su carácter mariano, es una oración centrada en la cristología. En la
sobriedad de sus partes, concentra en sí la profundidad de todo el
mensaje evangélico, del cual es como un compendio.[2] En él resuena la oración de María, su perenne Magnificat por
la obra de la Encarnación redentora en su seno virginal. Con él, el pueblo
cristiano aprende de María a contemplar la belleza del rostro
de Cristo y a experimentar la profundidad de su amor. Mediante el Rosario, el
creyente obtiene abundantes gracias, como recibiéndolas de las mismas manos de
la Madre del Redentor.
(de la Carta
Apostolica del Papa Juan Pablo II Rosarium Virginis Mariae)