lunes, 29 de septiembre de 2025

El Rosario concentra la profundidad del mensaje evangelico

 

El Rosario, en efecto, aunque se distingue por su carácter mariano, es una oración centrada en la cristología. En la sobriedad de sus partes, concentra en sí la profundidad de todo el mensaje evangélico, del cual es como un compendio.[2] En él resuena la oración de María, su perenne Magnificat por la obra de la Encarnación redentora en su seno virginal. Con él, el pueblo cristiano aprende de María a contemplar la belleza del rostro de Cristo y a experimentar la profundidad de su amor. Mediante el Rosario, el creyente obtiene abundantes gracias, como recibiéndolas de las mismas manos de la Madre del Redentor.

(de la Carta Apostolica del Papa Juan Pablo II Rosarium Virginis Mariae)


La Familia que reza unida, permanece unida

 ¡La familia! Precisamente la familia debería ser el primer ambiente en donde se acoja, cultive y conserve la paz de Cristo. Sin embargo, en nuestros días, sin la oración resulta cada vez más difícil para la familia realizar esta vocación. Por eso, sería realmente útil recuperar la hermosa costumbre de rezar el rosario en casa, tal como acontecía en las generaciones pasadas. "La familia que reza unida, permanece unida" (Rosarium Virginis Mariae, 41)

(de la Audiencia General del Papa Juan Pablo II29 de octubre de 2003)

lunes, 22 de septiembre de 2025

« Queremos ver a Jesús » (Jn 12,21)

 

Esta petición, hecha al apóstol Felipe por algunos griegos que habían acudido a Jerusalén para la peregrinación pascual, ha resonado también espiritualmente en nuestros oídos en este Año jubilar. Como aquellos peregrinos de hace dos mil años, los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre conscientemente, piden a los creyentes de hoy no sólo « hablar » de Cristo, sino en cierto modo hacérselo « ver ». ¿Y no es quizá cometido de la Iglesia reflejar la luz de Cristo en cada época de la historia y hacer resplandecer también su rostro ante las generaciones del nuevo milenio?

Nuestro testimonio sería, además, enormemente deficiente si nosotros no fuésemos los primeros contempladores de su rostro. El Gran Jubileo nos ha ayudado a serlo más profundamente. Al final del Jubileo, a la vez que reemprendemos el ritmo ordinario, llevando en el ánimo las ricas experiencias vividas durante este período singular, la mirada se queda más que nunca fija en el rostro del Señor.

(de laCarta Apostólica Novo Millennio Ineunte del Papa Juan Pablo II – 6 de enero2001)

sábado, 6 de septiembre de 2025

Maria, Modelo de Evangelización

 

María es modelo de evangelización, más aún, es el modelo absoluto de toda evangelización en virtud del privilegio, realmente único, de Madre de Dios, que concibió, llevó en su seno y dio al mundo al divino Redentor.

 

A este modelo inigualable deben mirar todos los que en la Iglesia trabajan en el vasto campo apostólico, en la viña de Dios.  La Iglesia, en su conjunto, participa de la misma maternidad de María llevando a Cristo al mundo. Me estoy refiriendo, en especial, a la acción evangelizadora de la Iglesia y a su magisterio. Quien sepa reconocer el sentido materno que late en ese magisterio de verdad, no encuentra serias dificultades para acogerlo, aunque sea exigente y no fácil de traducir en la vida de cada día. Antes bien, sabe descubrir en él, en toda circunstancia, el amor de una Madre sabia y amorosa, que no busca más que la salvación integral del hombre. La Virgen santa, como recuerda la tradición cristiana, es el signo y la imagen de esta maternidad espiritual de la Iglesia.

 

(PapaJuan Pablo II Ángelus 23 de septiembre de 1990)

martes, 2 de septiembre de 2025

Como ser hoy testigos de Cristo

 (El Papa Juan Pablo II respondiendo en su dialogo conlos jóvenes de Paris durante la Vigilia en el Parque de los Príncipes, 1 dejunio de 1980)

Y ahora, la pregunta sobre cómo ser hoy testigos de Cristo.

Es la cuestión fundamental, la continuación de la meditación central de nuestro diálogo, la conversación con el joven. Cristo le dice "sígueme". Es lo que le dijo a Simón, hijo de Juan, a quien dio el nombre de Pedro; a su hermano Andrés, a los hijos del Zebedeo, a Natanael. Dijo "sígueme", para repetir luego, después de la resurrección: "Seréis mis testigos" (Act 1, 8). Para ser testigos de Cristo, para dar testimonio de El, ante todo hay que seguirle. Hay que aprender a conocerle, hay que ponerse, por decirlo así, en su escuela, penetrar todo su misterio. Es una tarea fundamental y central. Si no lo hacemos así, si no estamos dispuestos a hacerlo constante y honradamente, nuestro testimonio corre el riesgo de ser superficial y exterior. Corre el riesgo de no ser un testimonio. Si, por el contrario, seguimos atentos a esto, el mismo Cristo nos enseñará, mediante su Espíritu, lo que tenemos que hacer, cómo debemos comportarnos, en qué y cómo debemos comprometernos, cómo llevar adelante el diálogo con el mundo contemporáneo, ese diálogo que Pablo VI denominó diálogo de salvación.

La unidad de los cristianos

(El Papa Juan Pablo II respondiendo en su dialogo con los jóvenes de Paris durante la Vigilia en el Parque de los Príncipes, 1 de junio de 1980) 

La obra de la unidad de los cristianos creo que es una de las más grandes y más hermosas tareas de la Iglesia en nuestra época.

Querríais saber si yo espero esta unidad y cómo me la figuro. Os responderé lo mismo que a propósito de la aplicación del Concilio. También ahí veo una llama particular del Espíritu Santo. Por lo que respecta a su realización, a las diversas etapas de esta realización, encontramos en la enseñanza del Concilio todos los elementos fundamentales. Estos son los que hay que poner en práctica, buscando sus aplicaciones concretas y, sobre todo, rogando siempre con fervor, constancia y humildad. La unión de los cristianos no puede realizarse más que con una maduración profunda en la verdad y una conversión constante de los corazones. Todo esto debemos hacerlo según nuestras capacidades humanas, revisando todos los "procesos históricos" que han durado tanto siglos. Pero en definitiva, esta unión por la que no debemos ahorrar ni esfuerzos ni trabajos, será el don de Cristo a su Iglesia. Como ya es de hecho un don suyo el que hayamos entrado en el camino de la unidad.

El tema del Tercer Mundo

 

(El Papa Juan Pablo II respondiendo en su dialogo con los jóvenes de Paris durante la Vigilia en el Parque de los Príncipes, 1 de junio de 1980) 

Y ahora, la pregunta sobre el Tercer Mundo

Es un gran tema histórico, cultural, de civilización. Pero es sobre todo un problema moral. Preguntáis con toda razón cuáles debe ser las relaciones entre nuestro país y los países del Tercer Mundo: de África y de Asia. Hay ahí, efectivamente, grandes obligaciones de orden moral. Nuestro mundo "occidental" es al mismo tiempo "septentrional" (europeo o atlántico). Sus riquezas y su progreso deben mucho a los recursos y a los hombres de estos continentes. En la nueva situación en que nos encontramos después del Concilio, no se puede continuar buscando allí solamente la fuente de un enriquecimiento ulterior y del propio progreso. Se debe conscientemente y organizándose para ello, ayudarles en su desarrollo. Ese es quizá el problema más importante por lo que respecta a la justicia y a la paz en el mundo de hoy y de mañana. La solución de ese problema depende de la generación actual, y dependerá de vuestra generación y de las que seguirán. Aquí también se trata de continuar el testimonio dado a Cristo y a la Iglesia por muchas generaciones anteriores de misioneros religiosos y laicos.

lunes, 1 de septiembre de 2025

Por el santo Bautismo hijos de Dios

 

Por el santo Bautismo somos hechos hijos de Dios en su Unigénito Hijo, Cristo Jesús. Al salir de las aguas de la sagrada fuente, cada cristiano vuelve a escuchar la voz que un día fue oída a orillas del río Jordán: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco» (Lc 3, 22); y entiende que ha sido asociado al Hijo predilecto, llegando a ser hijo adoptivo (cf. Ga 4, 4-7) y hermano de Cristo. Se cumple así en la historia de cada uno el eterno designio del Padre: «a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que Él fuera el primogénito entre muchos hermanos» (cf. Rm 8; 29).

El Espíritu Santo es quien constituye a los bautizados en hijos de Dios y, al mismo tiempo, en miembros del Cuerpo de Cristo. Lo recuerda Pablo a los cristianos de Corinto: «En un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo» (1 Co 12, 13); de modo tal que el apóstol puede decir a los fieles laicos: «Ahora bien, vosotros sois el Cuerpo de Cristo y sus miembros, cada uno por su parte» (1 Co 12, 27); «La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo» (Ga 4, 6; cf. Rm 8, 15-16).

(Papa JuanPablo II Exhortación apostólica Christifidelis Laici)

Secularismo y necesidad de lo religioso

 

¿Cómo no hemos de pensar en la persistente difusión de la indiferencia religiosa y del ateismo en sus más diversas formas, particularmente en aquella —hoy quizás más difundida— del secularismo? Embriagado por las prodigiosas conquistas de un irrefrenable desarrollo científico-técnico, y fascinado sobre todo por la más antigua y siempre nueva tentación de querer llegar a ser como Dios (cf. Gn 3, 5) mediante el uso de una libertad sin límites, el hombre arranca las raíces religiosas que están en su corazón: se olvida de Dios, lo considera sin significado para su propia existencia, lo rechaza poniéndose a adorar los más diversos «ídolos».

(…)

Y sin embargo la aspiración y la necesidad de lo religioso no pueden ser suprimidos totalmente. La conciencia de cada hombre, cuando tiene el coraje de afrontar los interrogantes más graves de la existencia humana, y en particular el del sentido de la vida, del sufrimiento y de la muerte, no puede dejar de hacer propia aquella palabra de verdad proclamada a voces por San Agustín: «Nos has hecho, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que no descansa en Ti»[9]. Así también, el mundo actual testifica, siempre de manera más amplia y viva, la apertura a una visión espiritual y trascendente de la vida, el despertar de una búsqueda religiosa, el retorno al sentido de lo sacro y a la oración, la voluntad de ser libres en el invocar el Nombre del Señor.

(Papa JuanPablo II Exhortación apostólica Christifidelis Laici)