“Cristo ha atribuido una enorme importancia al niño. Le ha hecho una especie de portavoz de la causa por Él proclamada y por la que dio su propia vida. Le ha hecho el más sencillo representante de esa causa, casi como un profeta. El valor del niño en toda sociedad está en el hecho de que testimonia la inocencia ideada, por el Creador y Padre celestial, para el hombre. Perdida con el pecado, esa inocencia debe ser reconquistada por cada uno de nosotros con fatiga. En esa fatiga, en ese esfuerzo del entendimiento, de la voluntad y del corazón la imagen del niño es para el hombre inspiración y manantial de esperanza. Dios que, como Padre, nos llama a todos a su propia casa, nos ayudará a adquirir nuevamente la inocencia infantil.
3. El niño es manantial de esperanza. Habla a sus padres de la finalidad de sus vidas, representa el fruto del amor. Permite, además, pensar en el futuro. Los padres viven para sus hijos, trabajan y se esfuerzan por ellos. Y no solamente en la familia, sino también en toda sociedad el niño hace pensar en el futuro. En los niños ve la nación su propio mañana, como lo ve también la Iglesia.”
3. El niño es manantial de esperanza. Habla a sus padres de la finalidad de sus vidas, representa el fruto del amor. Permite, además, pensar en el futuro. Los padres viven para sus hijos, trabajan y se esfuerzan por ellos. Y no solamente en la familia, sino también en toda sociedad el niño hace pensar en el futuro. En los niños ve la nación su propio mañana, como lo ve también la Iglesia.”
(del Ángelus de Juan Pablo II Domingo 22 de julio de 1979)
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