“No se puede anunciar a Jesucristo, Dios y hombre verdadero, sin hablar de la Virgen María, la Madre del Señor.
No se puede confesar la fe en la Encarnación sin recordar, como hace la Iglesia desde la antigüedad en el símbolo apostólico, que el Hijo de Dios “fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo y nació de Santa María la Virgen”.
No se puede contemplar el misterio de la muerte salvadora de Cristo sin recordar que Jesús mismo, desde la cruz, nos la dio como Madre y nos la encomendó para que la acogiésemos entre los dones más preciosos que El mismo nos legaba.
Así, con el Evangelio de Jesús, la Iglesia recibe el anuncio de la presencia materna de María en la vida de los cristianos.”
(del Mensaje del Santo Padre Juan Pablo II a los participantes en el VI Congreso Mariano Nacional de Venezuela - 13 de mayo de 1992
No se puede confesar la fe en la Encarnación sin recordar, como hace la Iglesia desde la antigüedad en el símbolo apostólico, que el Hijo de Dios “fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo y nació de Santa María la Virgen”.
No se puede contemplar el misterio de la muerte salvadora de Cristo sin recordar que Jesús mismo, desde la cruz, nos la dio como Madre y nos la encomendó para que la acogiésemos entre los dones más preciosos que El mismo nos legaba.
Así, con el Evangelio de Jesús, la Iglesia recibe el anuncio de la presencia materna de María en la vida de los cristianos.”
(del Mensaje del Santo Padre Juan Pablo II a los participantes en el VI Congreso Mariano Nacional de Venezuela - 13 de mayo de 1992
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