El hombre no puede vivir
sin esperanza; todos los hombres esperan en alguien y en algo. Pero, por
desgracia, no faltan abundantes desilusiones y tal vez se asoma incluso el
abismo de la desesperación. ¡Mas nosotros sabemos que Jesús Redentor, muerto,
crucificado y resucitado gloriosamente, es nuestra esperanza! «Resucitó Cristo,
mi esperanza». Jesús nos dice que, a
pesar de las dificultades de la vida, vale la pena comprometerse con voluntad
tenaz y benéfica en la construcción y en el mejoramiento de la "ciudad
terrena" con el ánimo siempre en tensión hacia la eterna. El cristiano se
entrega generosamente a la realización concreta del bien común, vence el propio
egoísmo con el sentido de la solidaridad y con el esfuerzo por la promoción de
todo lo que sirve para la dignidad y la integridad de la persona humana. La
Iglesia es una comunidad de "servidores", y cada cristiano debe
sentirse llamado a hacer cada vez más bella, más unida, más justa la propia
ciudad.
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