Y consiguientemente, ¿qué
sentido tiene la historia humana?
Ciertamente es la pregunta más dramática y también
la más noble, que califica verdaderamente al hombre en su naturaleza de persona
inteligente y volitiva….. En efecto, el hombre no puede encerrarse en los
límites del tiempo, en el círculo de la materia, en el nudo de una existencia
inmanente y autosuficiente; puede intentar hacerlo; puede incluso afirmar con
palabras y gestos que su patria es sólo el tiempo y que su casa es sólo el
cuerpo. Pero en realidad la pregunta suprema lo agita, lo punza y lo atormenta.
Es una pregunta que no se puede eliminar.
Sabemos cómo, por desgracia, gran parte del
pensamiento moderno, ateo, agnóstico, secularizado, insiste en afirmar y
enseñar que la pregunta suprema sería una enfermedad del hombre, una ilusión de
género psicológico y sentimental, de la que es necesario curarse, afrontando
valientemente el absurdo, la muerte, la nada.
Es una filosofía sutilmente peligrosa, porque
sobre todo el joven, todavía frágil en su pensamiento, sacudido por las
dolorosas vicisitudes de la historia pasada y presente, por la inestabilidad e
incertidumbre del futuro, a veces traicionado en los afectos más íntimos,
marginado, incomprendido, desocupado, puede sentirse empujado por esa filosofía
a la evasión en la droga, en la violencia o en la desesperación.
Sólo Jesucristo es la
respuesta adecuada y ultima a la pregunta suprema acerca del sentido de la vida
y de la historia.
(del discurso de JuanPablo II a una representación del Ejercito Italiano 1 de marzo de 1979)
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