“El suicidio es siempre
moralmente inaceptable, al igual que el homicidio. La tradición de la Iglesia
siempre lo ha rechazado como decisión gravemente mala. 83 Aunque determinados
condicionamientos psicológicos, culturales y sociales puedan llevar a realizar
un gesto que contradice tan radicalmente la inclinación innata de cada uno a la
vida, atenuando o anulando la responsabilidad subjetiva, el suicidio, bajo
el punto de vista objetivo, es un acto gravemente inmoral, porque comporta el
rechazo del amor a sí mismo y la renuncia a los deberes de justicia y de
caridad para con el prójimo, para con las distintas comunidades de las que se
forma parte y para la sociedad en general. 84 En su realidad más profunda,
constituye un rechazo de la soberanía absoluta de Dios sobre la vida y sobre la
muerte, proclamada así en la oración del antiguo sabio de Israel: « Tú tienes
el poder sobre la vida y sobre la muerte, haces bajar a las puertas del Hades y
de allí subir » (Sb 16, 13; cf. Tb 13, 2).
Compartir la intención suicida de otro y ayudarle a realizarla
mediante el llamado « suicidio asistido » significa hacerse colaborador, y
algunas veces autor en primera persona, de una injusticia que nunca tiene
justificación, ni siquiera cuando es solicitada.”
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