“Morir para el Señor significa vivir la propia
muerte como acto supremo de obediencia al Padre (cf. Flp 2, 8),
aceptando encontrarla en la « hora » querida y escogida por El (cf. Jn 13,
1), que es el único que puede decir cuándo el camino terreno se ha concluido. Vivir
para el Señor significa también reconocer que el sufrimiento, aun siendo en
sí mismo un mal y una prueba, puede siempre llegar a ser fuente de bien. Llega
a serlo si se vive con amor y por amor, participando, por don gratuito de Dios
y por libre decisión personal, en el sufrimiento mismo de Cristo crucificado.
De este modo, quien vive su sufrimiento en el Señor se configura más plenamente
a El (cf. Flp 3, 10; 1 P 2, 21) y se asocia más íntimamente a su
obra redentora en favor de la Iglesia y de la humanidad. 87”
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