“En la vocación presbiteral hay siempre un misterio, frente al
que se encuentra el corazón humano, misterio atrayente y al mismo tiempo nada
fácil: fascinosum et tremendum. El hombre debe sentir miedo, para que
luego se manifieste tanto más la potencia de la llamada, y tanto más
límpidamente se ponga de relieve que es el Señor quien llama, y que el llamado
actuará no por la propia voluntad ni por la propia fuerza, sino solamente
por la voluntad y la fuerza de Dios mismo. "Y ninguno se toma por sí
este honor, sino el que es llamado por Dios", como afirma la Carta a los
Hebreos (5, 4) en su texto clásico sobre el sacerdocio.”
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