“El encuentro
personal con Cristo ilumina la vida con una nueva luz, nos conduce por el buen
camino y nos compromete a ser sus testigos. Con el nuevo modo que Él nos
proporciona de ver el mundo y las personas, nos hace penetrar más profundamente
en el misterio de la fe, que no es sólo acoger y ratificar con la inteligencia
un conjunto de enunciados teóricos, sino asimilar una experiencia, vivir una
verdad; es la sal y la luz de toda la realidad (cf. Veritatis splendor,
88).”
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