“La eternidad de Dios no corre con el tiempo del mundo creado,
"no corresponde a El"; no lo "precede" o lo
"prolonga" hasta el infinito; sino que está más allá de Él y por
encima de Él. La eternidad, con todo el misterio de Dios, comprende en
cierto sentido "desde más allá" y "por encima" de todo lo
que está "desde dentro" sujeto al tiempo, al cambio, a lo
contingente. Vienen a la mente las palabras de San Pablo en el Areópago de
Atenas; "en Él... vivimos y nos movemos y existimos" (Act 17,
28). Decimos "desde el exterior" para afirmar con esta expresión
metafórica la trascendencia de Dios sobre las cosas y de la eternidad sobre el
tiempo, aún sabiendo y afirmando una vez más que Dios es el Ser que es interior
al ser mismo de las cosas, y, por tanto, también al tiempo que pasa como un
sucederse de momentos, cada uno de los cuales no está fuera de su abrazo
eterno.”
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