“En el día de nuestro bautismo recibimos el
mayor don que Dios puede otorgar al hombre y a la mujer. Ningún otro honor,
ninguna otra distinción alcanzarán a igualar su valor. Porque fuimos liberados
del pecado e incorporados a Cristo y a su Cuerpo que es la Iglesia. Ese día, y
cada uno de los días sucesivos, fuimos elegidos "para que fuésemos santos
e inmaculados ante El" (Ef 1, 4).”
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