“…la
fe de la Iglesia nos enseña que la potencia de Satanás no es infinita.
El es sólo una creatura, potente en cuanto espíritu puro, pero siempre una
creatura, con los límites de la creatura, subordinada al querer y el dominio de
Dios. Si Satanás obra en el mundo por su odio contra Dios y su reino, ello es
permitido por la Divina Providencia que con potencia y bondad
("fortiter et suaviter") dirige la historia del hombre y del mundo.
Si la acción de Satanás ciertamente causa muchos daños —de naturaleza
espiritual e indirectamente de naturaleza también física— a los individuos y a
la sociedad, él no puede, sin embargo, anular la finalidad definitiva
a la que tienden el hombre y toda la creación, el bien. El no puede
obstaculizar la edificación del reino de Dios, en el cual se tendrá, al final,
la plena actuación de la justicia y del amor del Padre hacia las creaturas
eternamente "predestinadas" en el Hijo-Verbo, Jesucristo. Más aún,
podemos decir con San Pablo que la obra del maligno concurre para el bien y
sirve para edificar la gloria de los "elegidos" (cf. 2 Tim 2,
10).”
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