“Nuestro tiempo se caracteriza por la renovada atención al
papel peculiar de la vocación femenina en la Iglesia y en la sociedad. Es
preciso que la vida consagrada en general, y cada uno de los institutos
religiosos en particular, respondan de modo adecuado a los nuevos desafíos de
la cultura contemporánea. A este propósito, me complace reafirmar cuanto he
escrito en el reciente documento postsinodal: «Las mujeres consagradas están
llamadas a ser de una manera muy especial, y a través de su dedicación vivida
con plenitud y con alegría, un signo de la ternura de Dios hacia el género
humano y un testimonio singular del misterio de la Iglesia, la cual es virgen,
esposa y madre» (Vita
consecrata, 57).”
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