“La Iglesia es consciente del enorme desafío que la hora
presente significa para su misión; ella sabe que, aun en la debilidad, es
portadora de la esperanza de vida nueva a la que aspira el pueblo
latinoamericano y que sólo puede venir de Cristo, Señor de la Vida. Por eso,
siente la apremiante necesidad de más “obreros de la mies” (cf Mt 9,
38): religiosos y religiosas, personas consagradas de los Institutos seculares
y laicos comprometidos, que dediquen sus mejores energías y toda su existencia
a ser artífices y signos de esperanza evangélica.”
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