La oración es “el alma de todo el movimiento ecuménico” (Unitatis redintegratio, 8). Lo mismo que el alma al cuerpo, así la oración da vida, coherencia, espíritu, finalidad al movimiento ecuménico.
La oración, ante todo, nos sitúa ante el Señor, nos purifica en las intenciones, en los sentimientos, en nuestro corazón, y produce aquella “conversión interior”, sin la cual no hay verdadero ecumenismo (cf. Unitatis redintegratio, 7).
La oración, además, nos recuerda que la unidad, en definitiva, es un don de Dios, don que debemos pedir y prepararnos a él para que nos sea concedido. La unidad, lo mismo que cada don, como cada gracia, depende “de Dios que tiene misericordia” (Rom 9, 16). Porque la reconciliación de todos los cristianos “supera las fuerzas y la capacidad humana” (Unitatis redintegratio, 24), la oración continua y ferviente manifiesta nuestra esperanza, que no engaña, y nuestra confianza en el Señor que hará nuevas todas las cosas (Cf. Rom 5, 5; Ap 21, 5).
(Audiencia General Juan Pablo II Miércoles 17 de enero de 1979)
La oración, ante todo, nos sitúa ante el Señor, nos purifica en las intenciones, en los sentimientos, en nuestro corazón, y produce aquella “conversión interior”, sin la cual no hay verdadero ecumenismo (cf. Unitatis redintegratio, 7).
La oración, además, nos recuerda que la unidad, en definitiva, es un don de Dios, don que debemos pedir y prepararnos a él para que nos sea concedido. La unidad, lo mismo que cada don, como cada gracia, depende “de Dios que tiene misericordia” (Rom 9, 16). Porque la reconciliación de todos los cristianos “supera las fuerzas y la capacidad humana” (Unitatis redintegratio, 24), la oración continua y ferviente manifiesta nuestra esperanza, que no engaña, y nuestra confianza en el Señor que hará nuevas todas las cosas (Cf. Rom 5, 5; Ap 21, 5).
(Audiencia General Juan Pablo II Miércoles 17 de enero de 1979)
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