(…) no es suficiente decir
al hombre: "sigue siempre tu conciencia". Es necesario añadir enseguida y siempre: "pregúntate si tu
conciencia dice verdad o falsedad, y trata de conocer la verdad
incansablemente". Si no se hiciera esta necesaria puntualización, el
hombre correría peligro de encontrar en su conciencia una fuerza destructora de
su verdadera humanidad, en vez de un lugar santo donde Dios le revela su bien
verdadero.
Es necesario "formar" la propia
conciencia. El cristiano sabe que en esta tarea dispone de una ayuda especial
en la doctrina de la Iglesia. "Pues, por voluntad de Cristo, la Iglesia
católica es la Maestra de la verdad, y su misión es exponer y enseñar
auténticamente la Verdad, que es Cristo, y al mismo tiempo declarar y confirmar
con su autoridad los principios del orden moral que fluyen de la misma
naturaleza humana" (Dignitatis humanae, 14).
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