La maternidad de María no es solo individual.
Tiene un valor colectivo que se manifiesta en el título de Madre de la Iglesia. Efectivamente, en el Calvario Ella se unió al
sacrificio del Hijo que tendía a la formación de la Iglesia; su corazón materno
compartió hasta el fondo la voluntad de Cristo de "reunir en uno todos los
hijos de Dios que estaban dispersos" (Jn 11, 52). Habiendo sufrido por la Iglesia, María mereció
convertirse en la Madre de todos los discípulos de su Hijo, la Madre de su
unidad. Por esto. el Concilio afirma que "la Iglesia católica, instruida
por el Espíritu Santo, la venera, como a Madre amantísima, con afecto de piedad
filial" (Lumen gentium, 53).
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