La convicción de que el hombre no puede salvarse mediante sus
esfuerzos humanos y de que toda la salvación viene de Dios, estaba inculcada
por la revelación del Antiguo Testamento. Yavé decía a su pueblo: "No hay
Dios justo ni salvador fuera de mí" (Is 45, 21). Sin embargo, con
esta afirmación Dios aseguraba además que no había abandonado al hombre a su
propio destino. Él lo salvaría. Y efectivamente, el que se habla definido como
Dios Salvador, manifestó, con la venida de Cristo a la tierra, que Él lo era
realmente.
(de la Audiencia General de Juan Pablo II 13 de abril de1983)
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