El nacimiento de Jesús en Belén no es un hecho
que se pueda relegar al pasado. En efecto, ante Él se sitúa la historia humana
entera: nuestro hoy y el futuro del mundo son iluminados por su presencia. Él
es « el que vive » (Ap 1, 18), « Aquél que es, que era y que va a
venir » (Ap 1, 4). Ante Él debe doblarse toda rodilla en
los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua debe proclamar que Él
es el Señor (cf. Flp 2, 10-11). Al encontrar a Cristo, todo
hombre descubre el misterio de su propia vida[1].
Jesús es la verdadera novedad que supera todas las expectativas de la humanidad y así será para siempre, a través de la sucesión de las diversas épocas históricas. La encarnación del Hijo de Dios y la salvación que Él ha realizado con su muerte y resurrección son, pues, el verdadero criterio para juzgar la realidad temporal y todo proyecto encaminado a hacer la vida del hombre cada vez más humana.
Papa Juan Pablo II « Incarnationis mysterium » Bula de convocación del GranJubileo del año 2000
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