Debemos siempre también aprender nuevamente a orar. Muchas veces sucede que nos dispensamos de rezar
con la excusa de no saberlo hacer. Si realmente no sabemos orar, tanto más
necesario es entonces aprender. Esto es importante para todos y parece ser especialmente importante para los jóvenes, los cuales muchas veces abandonan las oraciones que
aprendieron de niños, porque les parecen demasiado infantiles, ingenuas y poco
profundas. En cambio, semejante estado de conciencia constituye un estímulo
indirecto para profundizar la propia oración, hacerla más reflexiva, más madura; para buscarle el apoyo en
la Palabra de Dios mismo y en el Espíritu Santo, el cual "aboga por
nosotros con gemidos inenarrables" como escribe San Pablo (Rom 8, 26).
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