“La gravedad moral del aborto procurado se manifiesta en toda
su verdad si se reconoce que se trata de un homicidio y, en particular, si se
consideran las circunstancias específicas que lo cualifican. Quien se elimina
es un ser humano que comienza a vivir, es decir, lo más inocente en
absoluto que se pueda imaginar: ¡jamás podrá ser considerado un agresor, y
menos aún un agresor injusto! Es débil, inerme, hasta el punto de estar
privado incluso de aquella mínima forma de defensa que constituye la fuerza
implorante de los gemidos y del llanto del recién nacido. Se halla totalmente
confiado a la protección y al cuidado de la mujer que lo lleva en su seno.
Sin embargo, a veces, es precisamente ella, la madre, quien decide y pide su
eliminación, e incluso la procura.”
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