“El creyente, y todo
hombre de buena voluntad que busquen el rostro de Dios, tiene a su disposición
ante todo el inmenso tesoro de la Sagrada Escritura, verdadero diario de Dios
en las relaciones con su pueblo, que tiene en el centro el insuperable
revelador de Dios, Jesucristo: "El que me ha visto a mí, ha visto al
Padre" (Jn 14, 9). Jesús, por su parte, ha confiado su testimonio a
la Iglesia, que desde siempre, con la ayuda del Espíritu de Dios, lo ha hecho
objeto de apasionado estudio, de progresiva profundización e incluso de
valiente defensa frente a errores y deformaciones. La documentación genuina de
Dios pasa, pues, a través de la Tradición viviente, de la que la que todos los
Concilios son testimonios fundamentales: desde el Niceno y el
Constantinopolitano, al Tridentino. Vaticano I y Vaticano II.”
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