“En la decisión sobre
la muerte del niño aún no nacido, además de la madre, intervienen con frecuencia
otras personas. Ante todo, puede ser culpable el padre del niño, no sólo cuando
induce expresamente a la mujer al aborto, sino también cuando favorece de modo
indirecto esta decisión suya al dejarla sola ante los problemas del embarazo: 55 de esta forma se hiere
mortalmente a la familia y se profana su naturaleza de comunidad de amor y su
vocación de ser « santuario de la vida ». No se pueden olvidar las presiones
que a veces provienen de un contexto más amplio de familiares y amigos. No
raramente la mujer está sometida a presiones tan fuertes que se siente
psicológicamente obligada a ceder al aborto: no hay duda de que en este caso la
responsabilidad moral afecta particularmente a quienes directa o indirectamente
la han forzado a abortar. También son responsables los médicos y el personal
sanitario cuando ponen al servicio de la muerte la competencia adquirida para
promover la vida.”
(Beato Juan Pablo II Encíclica Evangelium Vitae, 59)
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