“Si se quiere que la paz sea verdaderamente una realidad para
la comunidad de las naciones…., hace falta una solidaridad genuina, una
solidaridad que no es un sentimiento superficial por los males de tantas
personas, cercanas o lejanas. Al contrario, es la determinación firme y
perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y
cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos» (carta
encíclica Sollicitudo
rei socialis, 38). Esta solidaridad debe estar abierta a todos,
porque no podemos vivir con seguridad o con tranquilidad cuando nuestros
hermanos o hermanas están acosados por el miedo y la angustia.”
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