“Enviados al mundo como
« pueblo para la vida », nuestro anuncio debe ser también una celebración
verdadera y genuina del Evangelio de la vida. Más aún, esta celebración,
con la fuerza evocadora de sus gestos, símbolos y ritos, debe convertirse en
lugar precioso y significativo para transmitir la belleza y grandeza de este
Evangelio.
Con este fin, urge ante todo cultivar, en nosotros y en
los demás, una mirada contemplativa. 107 Esta nace de la fe en el Dios de
la vida, que ha creado a cada hombre haciéndolo como un prodigio (cf. Sal 139
138, 14). Es la mirada de quien ve la vida en su profundidad, percibiendo sus
dimensiones de gratuidad, belleza, invitación a la libertad y a la
responsabilidad. Es la mirada de quien no pretende apoderarse de la realidad,
sino que la acoge como un don, descubriendo en cada cosa el reflejo del Creador
y en cada persona su imagen viviente (cf. Gn 1, 27; Sal 8, 6).
Esta mirada no se rinde desconfiada ante quien está enfermo, sufriendo,
marginado o a las puertas de la muerte; sino que se deja interpelar por todas
estas situaciones para buscar un sentido y, precisamente en estas
circunstancias, encuentra en el rostro de cada persona una llamada a la mutua
consideración, al diálogo y a la solidaridad.”
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