“La Iglesia nunca deja de proclamar que todo ser humano posee una
dignidad y unos derechos inalienables independientemente y antes de cualquier
concesión del Estado o de la ley. Si Europa ha de construirse en la justicia y
la paz, su cultura, su legislación y su estilo de vida no pueden menos de reconocer y defender la dimensión
trascendente de la persona humana. Sólo mediante el reconocimiento de este aspecto
fundamental de la naturaleza humana la sociedad puede perseverar en la defensa
de los derechos y las responsabilidades que derivan indiscutiblemente de la
dignidad humana. De lo contrario, todo dependería del arbitrio de algunos en
detrimento de otros, y Europa correría el riesgo de repetir los errores del
pasado.”
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