“El servicio al Evangelio
de la vida es vasto y complejo. Se nos presenta cada vez más como un ámbito
privilegiado y favorable para una colaboración activa con los hermanos de las
otras Iglesias y Comunidades eclesiales, en la línea de aquel ecumenismo de
las obras que el Concilio Vaticano II autorizadamente impulsó. 116 Además, se presenta como espacio
providencial para el diálogo y la colaboración con los fieles de otras
religiones y con todos los hombres de buena voluntad: la defensa y la
promoción de la vida no son monopolio de nadie, sino deber y responsabilidad de
todos. El desafío que tenemos ante nosotros, a las puertas del tercer
milenio, es arduo. Sólo la cooperación concorde de cuantos creen en el valor de
la vida podrá evitar una derrota de la civilización de consecuencias
imprevisibles.”
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