“El Hijo, que vino al
mundo para "revelar al Padre" tal como Él sólo lo conoce, se ha
revelado simultáneamente a Sí mismo como Hijo, tal como es conocido sólo por el
Padre. Esta revelación estaba sostenida por la conciencia con la que, ya en
la adolescencia, Jesús hizo notar a María y a José "que debía ocuparse de
las cosas de su Padre" (Cf. Lc 2, 49). Su palabra reveladora fue
convalidada además por el testimonio del Padre, especialmente en
circunstancias decisivas, como durante el bautismo en el Jordán, cuando los que
estaban allí oyeron la voz misteriosa: "Este es mi Hijo amado, en quien
tengo mis complacencias" (Mt 3, 17), o como durante la
transfiguración en el monte (Cf. Mc 9, 7 y par.)”.
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